Colette huyó de la guerra en Camerún con sus dos hijas pequeñas, gastó sus ahorros, y después de casi un año de un viaje que no quiere recordar, llegó a Odenton, Maryland, a cumplir su sueño americano, pero éste no ha resultado tan feliz.
Colette huyó de la guerra civil a la peste. Olvidó el día exacto que salió de Camerún en 2017 pero recuerda que el 19 de julio de 2018 llegó a casa de su hermana en Estados Unidos, tras recorrer en un año América, casi entera. La fecha le quedó grabada porque aparece en su solicitud de asilo y no porque el reencuentro que soñó por meses tenga un lugar importante en su memoria. “Fue un día normal. Con todo el sufrimiento, la emoción ya se había ido. De tanto pensar ‘no puedo esperar a verla’, la emoción se fue muriendo”. Se fue del país después de pasar un año encerrada en casa con sus dos niñas pequeñas, mientras las calles de su ciudad ardían. Vivía en Bamenda, en el noreste, uno de los territorios anglófonos de Camerún.
“En 2016 comenzó la crisis y los niños estuvieron en casa todo ese año antes de que nos fuéramos en 2017. La guerra era una locura: no había escuela, los asesinatos, los tiroteos, la cantidad de personas que hemos perdido...”, recuerda Colette durante una entrevista en febrero de 2020, con Univisión, integrante de la alianza periodística que investigó Migrantes de Otro Mundo. La ofreció con la condición de mantener su nombre real bajo anonimato. La guerra que libran actualmente el ejército del presidente Paul Biya y los grupos separatistas armados de habla inglesa ha dejado más de 3 000 muertos, alrededor de 60 000 refugiados en la vecina Nigeria y 700 000 desplazados internos, según organizaciones de derechos humanos. También ha empujado a miles de cameruneses a emprender un largo y peligroso viaje a través de América Latina, con la expectativa de llegar a Estados Unidos o Canadá y pedir asilo, como lo hizo Colette.
La violencia recrudeció en noviembre de 2016, cuando los maestros y abogados anglófonos protestaron en el noreste para exigir mejores condiciones de trabajo y fueron brutalmente reprimidos. En octubre de 2017, movimientos secesionistas autoproclamaron la independencia en ese territorio, que llaman la Ambazonia, y el Ejército del presidente Paul Biya les declaró la guerra. Fue entonces cuando Colette partió con sus hijas rumbo a Estados Unidos para pedir asilo y reunirse con una hermana mayor en Maryland.
Ahora vive en Odenton, encerrada por causa del coronavirus desde principios de marzo, en un townhouse de dos habitaciones que comparte con la hermana, el cuñado, dos sobrinos y sus dos hijas, que ya cumplieron 4 y 6 años.
El sinuoso trayecto
El viaje de Colette duró casi un año y fue tan traumático que no recuerda cuándo comenzó: “Tengo problemas con las fechas. Ese periodo de mi vida está perdido. Como cuando un año pasa sin que tú te des cuenta. Es un recuerdo muy doloroso para guardar”. Sin embargo, tuvo más fortuna que la mayoría de los africanos que hacen el mismo recorrido y nunca llegan a Estados Unidos, su destino final; o que al llegar, son detenidos y deportados.
Colette y sus hijas atravesaron 11 países —Nigeria, Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México— en avión, en bus, en bote y caminando para llegar a Estados Unidos. Las niñas tenían dos y cuatro años cuando el viaje comenzó.
El mayor número de migrantes africanos que cruzaron las Américas en 2019 eran cameruneses, según datos oficiales de distintos países, recabados por esta alianza periodística transfronteriza para la investigación Migrantes de Otro Mundo.
Muchos provenían de las zonas de guerra o eran anglófonos que huían de la discriminación y la quiebra económica, como Colette. Los anglófonos, que son el 20% de una población de 25 millones, se quejan de ser tratados por la mayoría de habla francesa como ciudadanos de segunda clase, desde que ambos territorios fueron unificados en la década de 1960. Actualmente tienen poca representación política, menos oportunidades económicas y ninguna consideración por parte del régimen de Paul Biya, de 87 años de edad y con 38 años en el poder.
Muchos inmigrantes cameruneses tienen conexiones en Estados Unidos: familiares, gente de su villa, de su tribu. Las comunidades más grandes de cameruneses en el país están en el área de Washington DC, en los condados de Prince George y Montgomery del estado de Maryland. También hay comunidades grandes en las ciudades texanas de Houston y Dallas, y en algunos pueblos de Minnesota. La mayoría es gente bien educada, algunos con varios títulos universitarios: estudiantes con becas o profesionales que han emigrado desde la década de 1960 en distintas oleadas para buscarse un futuro en su propia lengua.
La hermana de Colette se mudó a Estados Unidos hace 18 años porque se casó con un camerunés de Washington y porque en Camerún no conseguía un buen trabajo. “Tiene un máster en contaduría y no le daban trabajo y era la cuarta mejor alumna de su promoción. Los trabajos son para los francófonos, ellos tienen las mejores posiciones”.
Colette estudió decoración de interiores y antes de que comenzaran las protestas de los maestros y abogados, tenía su propia empresa de decoraciones y comida para eventos en la ciudad de Duala, territorio francés. El negocio comenzó a decaer, ella lo atribuye a que los francófonos le daban menos contratos por ser anglófona, y poco antes de que estallara la guerra civil, regresó a Bamenda, donde vivían sus padres, que le daban una mano con el dinero y el cuidado de las niñas, mientras ella vendía ropa de bebé por internet.
Primero marchó con sus hijas a Nigeria con el plan de viajar a México y desde allí, a Estados Unidos. “Fuimos a Nigeria para obtener la visa de México, pero algunas cosas salieron mal. No pudimos conseguir la visa y allí nos dijeron que podíamos viajar a Bolivia y que desde allí sería más fácil. Pero para llegar a Bolivia, teníamos que volar a Brasil y allí pedir asilo. Pero todo era una mentira”, recuerda ella, que en aquel momento no sabía ubicar ninguno de estos países en el mapa.
ese trecho del camino iban acompañadas por una hermana y dos sobrinos y por el viaje de todos pagaron 15 000 dólares a una agencia de viajes que los estafó. Sin dinero suficiente, la hermana y los sobrinos regresaron a Camerún y ella continuó el viaje sola con las niñas.
Volaron a Brasil y al llegar Colette solicitó asilo, como se lo habían indicado en la agencia de viajes de Nigeria donde compró su boleto. “Estuve solo tres días en el aeropuerto. Como estaba con las niñas me trataron muy bien. Conocí gente que tuvo que esperar hasta una semana. Luego descubrimos que estábamos atrapadas en Brasil. Teníamos que quedarnos con el asilo e intentar buscar otra forma”, dice. Allí se quedaron mes y medio en el que se cruzaron con africanos de distintas nacionalidades, la mayoría del Congo.
De Brasil fueron a Perú en un viaje de autobús de cuatro días con continuas paradas en las que debía pagar extorsión. “Perú es tan inseguro, la gente que nos cruzamos fue tan deshonesta”. Luego atravesaron Ecuador y Colombia, hasta llegar al puerto de Turbo, donde debían tomar un bote hacia el pueblo de Capurganá, en la frontera con Panamá, para seguir avanzando a través de la selva del Darién. “En Turbo conocí a muchísimos cameruneses que no paraban de llegar. Nadie quería viajar conmigo porque tenía a las niñas (...) Hasta que llegó mi vecino en Camerún, Dios lo envió ese día”.
Colette, las niñas, el vecino y otros 25 migrantes partieron entonces en bote y luego a pie con rumbo a Panamá y se internaron en el Darién. “Es la peor parte del viaje, no quiero pensar en eso (...) Panamá es el infierno en la tierra”, dice ella. Caminaron cuatro días a través de la selva y el río, que creció tanto y tan súbitamente que casi arrastra a Colette y a sus hijas. Para salvarse de la fuerza de la corriente, soltaron el poco equipaje que llevaban, con los pasaportes y el dinero de todos dentro.
Tras superar la selva, Colette y sus hijas permanecieron en Panamá un día más, cruzaron la frontera hacia Costa Rica, donde solo se quedaron dos días, y siguieron sorteando obstáculos a través de Nicaragua y Honduras. Durante la mayor parte del recorrido, Colette no tuvo ningún contacto con su familia en Camerún.
“Al principio, ni siquiera quería hacerles saber sobre el viaje porque nadie iba a aceptar que corriera este tipo de riesgo. Cuando estaba en Guatemala, fuera de peligro, les dije que ya estaba en México, porque no quería comenzar a explicar dónde está Guatemala, sé que mucha gente ni siquiera sabe dónde está. Entonces, les dije que ya estaba en México e iba a cruzar la frontera porque no quería que hicieran muchas preguntas”, recuerda Colette.
En México pasaron 12 días en un refugio de migrantes de Tapachula, en el estado de Chiapas, fronterizo con Guatemala. Una amiga que conoció en Colombia le dijo que la llamara cuando llegara allí, ella le aconsejó que cruzara la frontera hacia Estados Unidos en Texas y no en California y la puso en contacto que una organización de derechos humanos que le dio hospedaje en Ciudad Juárez por tres días.
Después de varios intentos fallidos, lograron cruzar la frontera entre México y Estados Unidos una madrugada. Caminaron unas 10 horas hasta que por fin pudieron entregarse a las autoridades y pedir protección. “Nos topamos con la policía cuando ya estábamos dentro de Estados Unidos. Los agentes de policía nos preguntaron ‘¿De dónde eres?’. Le dije que de Camerún y que queríamos pedir asilo”.
Colette y sus hijas estuvieron tres días en un centro de detención en El Paso, Texas, mientras las autoridades migratorias revisaban su caso y su documentación. “Después de tres días, nos sacaron. Nosotros sabíamos que en tres días estaríamos fuera. Recogimos nuestras cosas y nos llevaron a un lugar donde me pusieron un grillete electrónico en la pierna”. Cuando la liberaron, tomó un autobús de Texas a Maryland que su hermana ya había pagado.
El 4 de septiembre de 2019 las autoridades de Estados Unidos admitieron el caso de asilo de Colette y meses más tarde le otorgaron un permiso de trabajo, mientras las cortes de inmigración deciden su estatus, un proceso que podría tardar hasta tres años. El número de casos de asilo que esperan una resolución sobrepasó el millón en agosto de 2019, de acuerdo a datos del centro de análisis independiente TRAC (Transactional Records Access Clearinghouse) de la Universidad de Syracuse.
Un sueño no tan feliz
Colette trabajó primero en la panadería de un supermercado cercano a la casa de su hermana en Odenton, Maryland, al que podía llegar caminando. Luego consiguió un empleo por horas almacenando cajas en un centro de recepción de Amazon. Cobraba entre 1,000 y 1,100 dólares cada quincena, contando los descuentos de impuestos.
“Si trabajas horas extras puedes ahorrar dinero, pero el trabajo no es fácil”, explicó Colette durante una entrevista en febrero de 2020. Trabajaba 36 horas cada semana, en tres turnos de 12 horas, en el horario de la medianoche para poder cuidar de las niñas durante el día. Su objetivo de mediano plazo era abrir una pequeña guardería de niños en la casa de su hermana, pero a principios de marzo la pandemia mundial de covid-19 alcanzó también a Estados Unidos y echó por tierra sus planes.
“Dejé de trabajar cuando el virus se puso serio”, dice Colette a través de un mensaje de Whatsapp en abril. A diferencia de otras empresas que paralizaron sus actividades, Amazon redobló sus operaciones de envíos de paquetes a todo el país. Los empleados que no trabajan, no cobran. Y ella consideró que era más seguro no volver al almacén para no poner en riesgo la salud de su hijas y sobrinos.
Toda su familia en Camerún se mudó al lado francófono, a Duala, para evadir la violencia de la guerra: sus padres y las tres hermanas que aún quedan allá. La crisis de seguridad en territorio anglófono sigue golpeando fuertemente el sistema escolar: en noviembre de 2019, un mes después de que comenzara el nuevo año escolar, más de 855 000 niños estaban privados de educación y alrededor de 5 000 escuelas estaban destruidas o cerradas en el noroeste y el suroeste, según cifras de Unicef. Y la situación empeoró aún más con el cierre oficial de las escuelas por parte del gobierno para luchar contra el covid-19.
Sin embargo, aún antes de que la pandemia se agravara en Estados Unidos, cuando la vida era normal y ella tenía un empleo y las niñas iban a la escuela, Colette ya pensaba que la travesía con sus peligros no había valido la pena: “‘¡Vivir en Estados Unidos es tan duro! Es como si no tuvieras vida. Todo el sufrimiento, todo lo que pasamos, ¿para esto?”.
*Migrantes de Otro Mundo es una investigación conjunta transfronteriza realizada por el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), Occrp, Animal Político (México) y los medios regionales mexicanos Chiapas Paralelo y Voz Alterna de la Red Periodistas de a Pie; Univision Noticias (Estados Unidos), Revista Factum (El Salvador); La Voz de Guanacaste (Costa Rica); Profissão Réporter de TV Globo (Brasil); La Prensa (Panamá); Semana (Colombia); El Universo (Ecuador); Efecto Cocuyo (Venezuela); y Anfibia/Cosecha Roja (Argentina), Bellingcat (Reino Unido), The Confluence Media (India), Record Nepal (Nepal), The Museba Project (Camerún). Nos dieron apoyo especial para este proyecto: La Fundación Avina y la Seattle International Foundation.