El desmantelamiento de una organización criminal en Brasil revela que Venezuela es una puerta de entrada para el tráfico de migrantes africanos con rumbo a Estados Unidos
El paso de africanos por Venezuela es un misterio. El fenómeno pasa inadvertido para las organizaciones internacionales y el gobierno venezolano esconde las estadísticas.
El 11 de noviembre de 2019, dos meses y 22 días después de recibir una solicitud de información, el Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería (Saime) de Venezuela responde que el dato sobre entradas y salidas de africanos al país “es confidencial”.
El exviceministro para África (2005-2017) y presidente del Centro de Saberes Africanos, Reinaldo Bolívar, sostiene que no maneja cifras y que en los 12 años que ocupó el cargo nunca se enteró ni siquiera de un caso de tráfico asociado a estos extranjeros.
“Venezuela no es un receptor de migrantes africanos. Los migrantes africanos que tienen carencias económicas van a otros países africanos (migración interna) por no tener recursos para hacer largos viajes; el segundo grupo va a Europa donde escogen España, Francia, Alemania y Turquía y dentro de los países de Asia Occidental van a Emiratos Árabes Unidos y Catar”, dijo a Efecto Cocuyo, aliado de CLIP, Occrp y otros 16 medios periodísticos, que realizaron la investigación transfronteriza Migrantes de Otro Mundo*.
Agrega que en el continente americano el principal receptor de africanos es Estados Unidos seguido por Brasil. “El mayor grupo de africanos en Venezuela es la comunidad nigeriana y debe estar por el orden de las 2.000 personas y venían por las rutas aéreas”, asegura Bolívar.
El hermetismo también invade la embajada de Nigeria en Caracas. Un funcionario de la Policía Nacional Bolivariana autoriza el acceso a la sede diplomática el 12 de noviembre de 2019. La espera transcurre en una pequeña sala en el jardín donde reciben la solicitud de entrevista para el embajador nigeriano Martins Cobham. La petición nunca fue respondida.
El interés del gobierno de Nigeria en el Arco Minero del Orinoco, una extensión de 111 843 kilómetros cuadrados en el estado Bolívar donde yacen las riquezas minerales más grandes de Venezuela, fue expuesto por el Ministerio para el Desarrollo Minero Ecológico en una nota oficial en su página web.
Según ese despacho, el 29 de mayo de 2019, se dio una reunión entre el embajador nigeriano Martins Cobham y el entonces ministro Víctor Cano para discutir proyectos de exploración, producción, transformación y comercialización de recursos minerales venezolanos. Oro, diamante y coltán son algunas de las riquezas del Arco Minero en el sur del país.
El control por estos recursos desató la violencia en el territorio con la aparición de bandas criminales y grupos irregulares armados que asolan las zonas mineras y cambió las dinámicas de migración internacional en el estado Bolívar, advierte la directora del Centro de Investigaciones para la Educación, la Productividad y la Vida de la Universidad Católica Andrés Bello, en Guayana, Aiskel Andrade.
La académica refiere que existen casos de migrantes provenientes de países de África, en los municipios Cedeño y Sucre del estado Bolívar y el paso de cameruneses por el estado Carabobo (en la región central del país). Sin embargo, aclara que “este tipo de personas busca siempre ser invisible, por eso es difícil detectarlos” y llevar estadísticas.
En el despacho del actual viceministro para África, Yuri Pimentel, indican que el funcionario no da entrevistas, aunque firman y sellan por formalidad la carta con el requerimiento el 20 de agosto de 2019.
Pistas internacionales
Una pista surge para confirmar la existencia de un fenómeno poco visible: el Servicio Jesuita para Migrantes y Refugiados en Boa Vista, estado de Roraima en Brasil y a 200 kilómetros al sur de la frontera con Venezuela, confirma el paso de dos africanos, uno de Nigeria, en agosto de 2019, y otro de Malí, en septiembre de 2019, ambos viniendo desde Venezuela. Pero la organización protege los datos personales de los viajeros y no pudimos obtener sus testimonios.
En 2013 la Organización Internacional de Migraciones (OIM) reportó, en la publicación Migrantes Extracontinentales en América del Sur: estudio de casos, que “con la exención de visado en Ecuador, en junio de 2008, se abrió una puerta que fue aprovechada por redes de traficantes de otros continentes que trasladaban por vía marítima y aérea hasta Brasil a pequeños grupos de migrantes irregulares procedentes de Ghana, Guinea, Togo, entre otros, algunos de ellos utilizando pasaportes sudafricanos falsos; con el objetivo de trasladarlos a Colombia, Venezuela o Ecuador para posteriormente ubicarlos en Centro y Norteamérica”.
No ofrece más información sobre el tramo venezolano.
El rastro de los migrantes extracontinentales se pierde de nuevo en la frontera. En Pacaraima y Boa Vista, entre Venezuela y Brasil, operan el Centro Pastoral para Migrantes (Cepami) y el Instituto de Migración y Derechos Humanos. Ninguno tiene datos.
“No tengo en la mente ningún caso de personas que haya dicho que pasó por Venezuela”, dice Rosita Milesi, fundadora del Cepami y directora del Instituto de Migración. “Los comentarios siempre son de Bolivia, Ecuador, Perú y después suben hasta Panamá. Pero es casi imposible que tanta gente que ha salido de aquí para intentar llegar a Estados Unidos no haya pasado por Venezuela”.
Esta ruta también es factible para el director del Observatorio Venezolano de Violencia, el sociólogo Roberto Briceño León. “Brasil está recibiendo bastantes migrantes africanos y nuestra frontera es muy permeable, era una zona olvidada hasta que comenzó el éxodo de venezolanos”, opina.
En los dos años de servicio que tiene María Selicato en el Centro Pastoral para Migrantes (Cepami), en Pacaraima, no ha tenido contacto con migrantes que vengan de países africanos o asiáticos. El 4 de noviembre de 2019 vio pasar a 137 haitianos de Venezuela a Brasil. “Hemos tenido casos de cubanos, venezolanos y muchos colombianos”, dice.
El portavoz en América Latina de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), William Spindler, y el representante de esta organización en Venezuela, Luca Nicosi, tampoco tienen registro del paso de migrantes transcontinentales por el país sudamericano.
Migrantes nigerianos en Caracas
En los pasillos del mercado municipal El Cementerio, conocido con este nombre porque está cerca de un camposanto al oeste de Caracas, quedan algunos comerciantes de origen nigeriano, casi todos con pocas ganas de contar sus historias. La cámara es su enemiga y ven con recelo a los periodistas.
El vendedor de perfumes está sentado frente a su pequeño local y responde con carcajadas nerviosas, mientras empuja con la mano la libreta de apuntes de la periodista. ¿Por qué viniste a Venezuela?, “No, espérate” y se ríe.
Su compañero accede a hablar, pero no quiere ni siquiera que tomen nota de lo que dice. Confirma que es de Nigeria y que vende ropa en el mercado, pero no revela su nombre. Explica que cuando regresa de Nigeria después de visitar la familia, viaja a Cuba, donde hace escala, y de ahí vuela a Venezuela.
“Yo estoy legal”, advierte otro comerciante antes de que le hagan más preguntas escudándose detrás de un maniquí. Las personas que vienen de África no vienen a Venezuela porque estén pasando hambre, y advierte: “deben quitarse eso de la cabeza porque si no tuviéramos un real cómo pagamos los pasajes”.
“Yo no hablo español. Mejor mañana con mi esposo”, se excusa otra mujer. La visita al mercado termina sin testimonios.
Emmanuel habla frente a la cámara. Se toca la cara y voltea a los lados cuando responde a la pregunta de por qué había escogido venirse a Venezuela.
—Ese es un planteamiento de la agencia de viajes, en Nigeria, que tramita la visa– dice –. Originalmente donde uno quería llegar era a Estados Unidos o Canadá porque allá hablan nuestro idioma que es el inglés y hay oportunidades de trabajo y estudio.
Cuenta que cuando él vino en 2002, le aseguraron que Venezuela estaba muy cerca de Estados Unidos y que hasta en autobús se podía llegar. “La gente venía creyendo que iba a llegar a donde quería, pero después se daba cuenta de que no”.
Obtener una visa venezolana y conseguir trabajo en Venezuela no era difícil en 2002 y, según Emmanuel, esto permitía a los migrantes africanos ahorrar para continuar su viaje. Pero actualmente “no viene nadie por la situación y porque la gente ya sabe que no es fácil ir de Venezuela a Estados Unidos”, explica.
Según sus cálculos, llegar a Caracas desde Nigeria, en avión, cuesta 2.500 dólares y obtener la visa venezolana vale otros 500 dólares.
—¿Estas agencias ponen a los viajeros en contacto con otras personas para que los ayuden a movilizarse en otros países?
—Sí. Se comunican con las personas que están en Venezuela (...) estas agencias en Nigeria no tienen una oficina, un nombre, una dirección. No. Son gente de confianza que tiene contactos y ayudan a la gente a irse a otros países.
Los estudiantes
A Venezuela también llegaron Yus Duks y Alieu Newton, ambos de Gambia, un pequeño país de África occidental con salida hacia el océano Atlántico.
Los jóvenes eran estudiantes de intercambio a mediados de 2012. Se formaron como médicos en la Universidad Nacional Experimental Rómulo Gallegos, en el estado Guárico, en la región central del país. Los trajo la cooperación Sur- Sur, una alianza estratégica que promovió el entonces presidente de la República Hugo Chávez para intercambiar con países del sur, recursos minerales y otros servicios.
“Si hay una ruta de emigración de africanos para Norteamérica, Venezuela no es un sitio ideal (...) Si soy africano es más fácil conseguir visa a Estados Unidos en África que aquí en Venezuela”, afirma Newton.
El anestesiólogo asegura que no tiene información sobre otros africanos que pasen por Venezuela para ir a Estados Unidos, aunque admite que deben existir rutas. “Venezuela tiene a Colombia, a Brasil y a Panamá cerca y tal vez era un país más fácil para llegar hace tiempo, pero últimamente no es fácil porque el sistema del Saime (Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería) no es funcional. Hasta para los que vivimos acá es un problema conseguir papeles”, indica.
Según Newton, casi todos los africanos que estudiaron con él regresaron a su país porque deben prestar servicio en su nación después de recibir la educación gratuita en el exterior. Él también tuvo que hacerlo un par de años y regresó a Venezuela para hacer una especialización.
Desde Estados Unidos, Duks atiende una videollamada...
“Yo estaba en Venezuela para estudiar y vine a hacer mi especialización en Nueva York. Pero Venezuela no es una ruta. Está lejos, no sería una buena vía. Los emigrantes de mi país van para México. Algunos que he conocido viajan por Brasil para luego llegar a México”, responde.
Centro de milagros
En la avenida Lecuna, en el centro de Caracas, una cortina metálica esconde la pequeña iglesia durante el día. Pero a las 6:30 pm del jueves 26 de septiembre de 2019, falta una hora para que oscurezca y las puertas están abiertas.
Una mujer invita a pasar a los que parecen ser nuevos devotos. Sentadas en sillas con fundas blancas y rojas, un grupo habla en un idioma diferente. En otro espacio del “centro de milagros” hay hombres. Uno se acerca y se presenta como Emmanuel, es de Nigeria y llegó a Venezuela en 2003.
Emmanuel sonríe con facilidad, pero advierte que no confía en extraños. Su condición para dar una entrevista es que los periodistas asistan a uno de los cultos religiosos.
Es domingo 29 de septiembre. En la puerta de la iglesia “Jesucristo centro de milagros, ministerio internacional” hay un hombre con sobres blancos en una mano. Se los da a cada uno de los feligreses para que depositen su “contribución”. No permite dobleces en las cartas. Hay venezolanos y extranjeros, probablemente de Nigeria, esperando que inicie el servicio. En la tarima están dispuestas otro tipo de sillas más elegantes para los pastores. En el respaldo de los asientos está bordada la palabra “diácono”.
El líder religioso Joshua Aminchi Jock, también conocido como “el profeta de Dios”, aparece y es recibido con aplausos. No queda claro si siempre es así o es un homenaje especial porque es el día de su cumpleaños.
Es un nigeriano influyente. Sus seguidores caen al piso cuando les impone las manos. Su especial afinidad por lo militar se refleja en un poema titulado “El Soldado” que una feligresa suya le dedica como regalo.
Joshua presenta a uno de los diáconos que invitó como general de la Fuerza Armada y director del consejo pastoral de la institución castrense. Otros dos pastores también son funcionarios militares, aunque están vestidos de civil, van de traje formal para la ceremonia.
La iglesia tienen grupo musical propio con coristas al estilo gospel. Emmanuel toca el teclado. Siete horas de culto después, no cumplen con la promesa de dar entrevistas.
El pastor Joshua acepta conversar el 18 de diciembre. Por teléfono afirma, con un tono afable, que ese día no hay servicio. Pero cuando los periodistas llegan a la iglesia, en vez de conceder la entrevista le ordena a la pastora “Sildre Caridad” y a una funcionaria activa de la Fanb, quien no se identificó, que atiendan a los reporteros.
En el escritorio de la oficina del líder de la iglesia Joshua Aminchi Jock hay fotos suyas con más militares y en su silla una chaqueta verde oliva, parte superior del uniforme de la Guardia Nacional Bolivariana de Venezuela.
—¿Por qué hay funcionarios de la Fanb en la iglesia?, le reguntamos.
—El cristianismo se institucionalizó en la Fuerza Armada —se limita a responder la militar.
La reunión termina y se aleja la posibilidad de que el pastor Jock explique cómo llegaron los nigerianos de su iglesia a Venezuela.
La ficha venezolana del rompecabezas
El Ministerio para Relaciones Interiores, Justicia y Paz de Venezuela confirmó que redes criminales estaban trayendo a Venezuela personas que migraban de África en 2015. En su Memoria y Cuenta de ese año reveló que Santa Elena de Uairén, ciudad fronteriza con Brasil, es el “punto de mayor incidencia en materia de trata de personas y tráfico ilícito de migrantes”, provenientes de África y el Caribe.
Se identifican dos puntos fronterizos más por los cuales entran migrantes de la mano de estas redes: San Martín de Turumbán (estado Bolívar) y los caños Delta del Orinoco (estado Delta Amacuro).
El Departamento de Estado de Estados Unidos también reporta, en su informe sobre trata de personas de 2018, que en Venezuela hay víctimas de trata sexual y laboral de países sudamericanos, caribeños, asiáticos y africanos, aunque no detallan las nacionalidades ni los casos.
Pedimos información al Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), pero respondieron que no pueden dar declaraciones sobre las redes de tráfico de personas que operan en el país sin la autorización del actual ministro de Interior, Néstor Reverol.
En los expedientes de un proceso judicial realizado por autoridades de Brasil, a los que la investigación colaborativa Migrantes de Otro Mundo, tuvo acceso, sin embargo, hallamos hilos de cómo calza Venezuela en el negocio de traficar migrantes.
El 27 de febrero de 2019 Abdessalem Martani, recibió una llamada a su teléfono celular: “¿Cuánto cobras por ocho pasaportes y visas venezolanas?”, preguntó un hombre al otro lado de la línea.
“¿Estás loco?, no puedo hablar de eso por teléfono”, respondió el hombre de 47 años, originario de Argelia, antes de colgar la llamada. Martani, conocido también como Mourad o Mouradi, tal vez sospechaba que la Policía Federal de Brasil interceptaba sus llamadas.
Seis meses después, está sentando en una sala de la Superintendencia Regional de la Policía Federal, en Sao Paulo, donde es interrogado por el agente Milton Fornazari.
“¿Quién es esa persona?”, increpa el funcionario, refiriéndose al hombre que le pedía los pasaportes y visas venezolanas. Pero Martani afirma que no sabe. “¿Quiénes son los traficantes en África y en América del Sur?, ¿cómo los conoces?”, insiste Fornazari. El interrogado se niega a dar detalles.
La policía sabe que Martani es el dueño de una agencia de viajes llamada MHB; clérigo de la Mezquita Rua Barao, de Itapetininga, municipio del estado de Sao Paulo; y también sabe que es sospechoso de ser el líder local de una red que trafica personas que buscan salir de África y de Asia y opera desde Venezuela hasta Estados Unidos. Cuatro inmigrantes somalíes: Abdi Ali Farah, Abdirizak Ali Ibrahim, Bashir Salah Ibrahim e Jama Muse Yusuf, detenidos por agentes de migración en Estados Unidos, lo acusaron.
La policía brasileña también lo acusa de haber negociado por teléfono visas aparentemente falsas de Bolivia y Venezuela el 26 de mayo de 2019. El número con el que se comunica está a nombre de Baye Lakhat Diakhate, un senegalés refugiado en Brasil, con quien habla de nuevo el 8 de junio para explicar que para entrar a Venezuela debe pagar “500, 200, 400”. El audio sobre la suma exacta de dinero y la moneda usada está distorsionado en las grabaciones policiales.
En la misma conversación se escucha “Tapachula”, una ciudad al sur de México, en el estado de Chiapas, pegada a la frontera con Guatemala. Se hizo famosa porque hacia septiembre de 2019, en su estación para migrantes, llamada Siglo XXI, llegaron a acumularse miles de personas con sus familias, muchos procedentes de países africanos o asiáticos. Luego de que el presidente Andrés Manuel López Obrador, bajo la amenaza del presidente estadounidense Donald Trump de imponer un arancel de 5% en todos los productos mexicanos, se comprometió a frenar el paso de los migrantes.
También cuestionado por la policía brasileña, el iraní residente en Brasil, Mohsen Khademi Manesh, dijo que tenía una relación con Abdessalem Martani en el sucio negocio de traficar personas.
Khademi contó que la banda cobró 12 000 dólares para facilitarles el viaje a dos mujeres afganas que identificó como Hila Hakimi y Abeda Hakimi hasta Estados Unidos y aseguró que Venezuela fue la puerta de entrada para estas migrantes. “Vinieron de Afganistán a través de Venezuela”, dice.
Según su versión, el recorrido que hicieron las dos mujeres a inicios de 2019 fue de Venezuela a Brasil (Sao Pablo), de Brasil a Perú, de Perú a Colombia y de Colombia a México.
En este último país –dijo Manesh– fueron custodiadas durante dos meses por un hombre “muy fuerte que movía mucho dinero y drogas” y que vive en la localidad de Reynosa, en la frontera con Estados Unidos.
En cada uno de estos países había coyotes (traficantes de migrantes) esperándolas identificados por nombres clave: “Martín” las llevó de Perú a Colombia y “Thomas” de Colombia a México.
Las dos extranjeras ingresaron a Estados Unidos a través de un contacto de Martani que supuestamente se llama Karim, es argelino y trabaja en el ejército estadounidense.
El 12 de julio de 2019, Hila Hakimi y Abeda Hakimi fueron detenidas en Estados Unidos por cruzar la frontera, indocumentadas, después de haber sido víctimas de “tratos degradantes durante sus largos, clandestinos y, a veces, violentos viajes en varios países”, según determinó el Tribunal Federal de la 3era Región de Sao Paulo que lleva el caso de los acusados por tráfico de migrantes.
Las redes del crimen organizado encontraron la manera de obtener más fácilmente la visa venezolana que la brasileña. Según Khademi, Martani descubrió que podía conseguir el documento de la República Bolivariana sin que el migrante estuviera físicamente presente en el consulado mostrando el pasaporte africano o asiático y el Registro Nacional de Extranjeros de Brasil (RNE) falsificado. La visa le permitía luego al extranjero entrar a Brasil por Venezuela.
Donde no hay información, no hay certeza. La ruta venezolana de los africanos siendo un misterio, pero la Policía Federal de Brasil arrojó las primeras pistas del oscuro negocio que, ahora ya sabemos, no sólo involucra el tráfico de personas, sino la venta de documentos falsos de viaje.
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*Migrantes de Otro Mundo es una investigación conjunta transfronteriza realizada por el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), Occrp, Animal Político (México) y los medios regionales mexicanos Chiapas Paralelo y Voz Alterna de la Red Periodistas de a Pie; Univision Noticias (Estados Unidos), Revista Factum (El Salvador); La Voz de Guanacaste (Costa Rica); Profissão Réporter de TV Globo (Brasil); La Prensa (Panamá); Semana (Colombia); El Universo (Ecuador); Efecto Cocuyo (Venezuela); y Anfibia/Cosecha Roja (Argentina), Bellingcat (Reino Unido), The Confluence Media (India), Record Nepal (Nepal), The Museba Project (Camerún). Nos dieron apoyo especial para este proyecto: La Fundación Avina y la Seattle International Foundation.